Todos llevamos un niño o niña interior, ese ser oculto que determina nuestra forma de ser. La persona que somos depende, en gran medida, de cómo vivimos la infancia y de los patrones de conducta que entonces adquirimos. Felices, solitarios, expansivos, introvertidos, románticos o aventureros… son diversas formas de ese niño que mora en nosotros. Por mucho que seamos adultos, esa parte infantil sigue viva.
Como dice el sabio monje budista Thich Nhat Hanh: “En todos nosotros hay un niño que sufre… Muchos hemos vivido experiencias traumáticas en la infancia. Con frecuencia tratamos de olvidar esos momentos dolorosos para protegernos y defendernos del sufrimiento futuro… Ese niño herido está también en cada célula de nuestro cuerpo. No tenemos que buscarlo lejos, en el pasado. Basta con que ahondemos en nuestro interior para conectar con él”.
Dentro de las etapas de la vida, la vejez puede representar una vuelta a los orígenes, con los ancianos comportándose otra vez como niños. Los adultos nos creemos muy serios y abandonamos el sentido lúdico de la vida, desatendiendo a nuestro niño interior.
Cómo cuidar al niño interior
1. Escúchalo
La primera condición es prestar atención al niño interior: darle espacio para que pueda manifestarse.
2. Habla con él
El siguiente paso es establecer un diálogo con él. Como plantea Thich Nhat Hanh, podemos decirle cosas como: “He estado muy ocupado, te he desatendido, pero ahora he aprendido una manera de volver a ti. Voy a cuidarte muy bien”.
3. Sana su herida
Contactar con el dolor más profundo es el principio de la sanación. Llevar la mirada, la atención y el foco hacia ese niño o niña que sufrió resulta fundamental para cicatrizar un mal que puede desangrarnos de forma interna e invisible.
4. Reconcíliate
Debemos mostrar comprensión y compasión hacia nuestro niño interior. Expresarle nuestro amor. Vuelve a ti, conecta contigo y cuida de ti mismo. La reconciliación con uno mismo es un manantial de salud y felicidad.
Una vez hemos curado heridas, llega el momento de gozar de nuestra parte infantil. El niño interior es una fuente de alegrías, además de un motor vital que alumbra radiantes horizontes.
Sé activo y vital. Despertar al niño que llevamos dentro nos reconecta con la vitalidad y la alegría de vivir. Sigue su naturaleza activa: haz cosas, sal, relaciónate, emprende actividades y permite que tu cuerpo se exprese.
Golosinas y chucherías. A tu parte infantil le gustan las golosinas, así que dale todo aquello que le gusta. Esta es una forma de cuidarte a ti mismo.
Todo es juego, diviértete. La vida es juego. El sentido lúdico de los niños es la esencia de su naturaleza.
Conecta con tus pasiones y lo que más te gusta. Déjate llevar por lo que más te apasiona y te divierte. Esta era tu principal motivación cuando eras niño, ¿por qué no dejar que impulse tu vida durante un tiempo?
Los beneficios de este arquetipo psicológico son innumerables y nada tienen que ver con ir por la vida como un Peter Pan. Se puede ser adulto, responsable, consciente del momento vital, de las obligaciones y responsabilidades, mientras jugamos con nuestro niño interior. Si lo atendemos, sanamos sus heridas y despertamos su jovialidad, seremos más felices.